Se trata de un pueblo situado en una hondonada en la parte más alta del Valle, justo en el comienzo del puerto que toma su nombre (puerto de Tornavacas). Este término municipal es muy accidentado, debido a las enormes pendientes que se alzan a su alrededor, por una parte la Sierra de Béjar y por la otra la sierra de Gredos, que culmina a casi 2400 metros de altitud en el pico llamado “El Calvitero”.
El origen de su nombre se remonta al siglo X, en uno de los episodios más audaces que recuerda la historia del Valle. Se produjo durante la reconquista, en la que las tropas cristianas del rey Ramiro II luchaban contra los soldados mahometanos en la Vega del Escobar, lugar que daría el nombre a la batalla. Ante los apuros de las fuerzas del rey leonés para derrotar a los sarracenos, los pastores que pueblan el lugar encienden unas teas sujetas a los cuernos de las vacas y, en plena noche, los envían monte abajo, para estupor de los árabes, que, al pensar que la multitud de luces que se ven bajando por la montaña corresponden a un enorme ejercito que acude en auxilio de los cristianos, huyen despavoridos y se dispersan por el valle. La expresión “Torna-Vacas” la pronunció el propio Ramiro II ante el efectivo resultado del engaño para ordenar el regreso de los astados. De hecho, cuando consigue el título de Villazgo la población, en el siglo XIV, sus armas se corresponden con una vaca con dos teas en las astas.
Su importancia en el pasado fue considerable. El 6 de Junio de 1369, Enrique II otorga a los Álvarez de Toledo el lugar de Tornavacas. Aunque el señorío tornavaqueño rompió la unidad del Valle, a la larga llevaría gran prosperidad a la población. Al poco y gracias a la gestión y el interés de los Álvarez fue declarada Villa, lo que supuso un impulso definitivo. De hecho, fue la primera localidad del Valle del Jerte que consiguió el título de Villazgo, concretamente en entre los años 1369 y 1379 (Cabezuela del Valle, que fue la segunda, no lo conseguiría hasta tres siglos más tarde). Fruto de esta prosperidad fue el ennoblecimiento de gran parte de sus viviendas. Encontramos no pocos ejemplos al realizar un tranquilo paseo por la calle Real, dividida en tres tramos por dos hermosos puentecillos: el Puente Cimero y la Puentecilla, este último adornada con un bonito templete. En las fachadas de estas casas hidalgadas proliferan los sillares y dinteles de granito, muchas de ellas con inscripciones, columnas , ménsulas, cornisas clásicas, jambas, dinteles, blasones nobiliarios, etc. No olvidemos la gran influencia que la comunidad judía tuvo también en esta población (además de en Jerte y sobretodo en Cabezuela del Valle), que debió situarse en algunas de las calles que confluyen a la Calle Real, como la de las Ruyas. (Ver la casa de la inquisición, situada al final de la Calle Real de Abajo). Pero seguramente lo que más nos llamará la atención será la forma de vivir de sus gentes, existen un sinfín de detalles que nos transportan a modos de vida ya desaparecidas por completo en otras poblaciones, como aquel hombre que camina con sus cabras, o la señora mayor que lleva el cántaro en la mano. Son momentos que no debemos dejar pasar y que nos trasportan a otras épocas.
La verdad es que estamos ante una población llena de curiosidades y circunstancias, las más de las cuales llenan de orgullo a sus vecinos. Una de ellas fue la breve estancia en 1556 del mismísimo emperador Carlos I en su peregrinaje al monasterio de Yuste. Pernoctó allí la noche del 11 al 12 de noviembre, probablemente en un edificio noble situado en la calle Real de Abajo, que aún se conserva y donde reza una inscripción: “IVAN MÉNDEZ DÁVILA/ CRIADO DE SU MAGESTAD”. En un principio estaba previsto que la comitiva pasara por otros pueblos del Valle como Jerte, el desaparecido Vadillo, Cabezuela, etc.... Pero fue grande la desilusión de sus habitantes cuando decidió, esa misma noche y para ahorrar jornadas de camino, atravesar el monte por la Garganta de los infiernos ayudados por los mozos tornavaqueños. Un viaje que debió resultar francamente duro al emperador ya que al finalizar la subida prometió no cruzar otro puerto que no fuera el de la muerte. Aquel recorrido es el que forma la actual ruta de Carlos V, un camino de aproximadamente 8 horas que nos lleva del Valle del Jerte a la Vera.
No hemos podido dejar de visitar su iglesia, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción. Interesante edificio barroco construido a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Su torre se alza discretamente en el mismo lado de la portada principal, en el meridional. El templo alberga un grupo de retablos de los siglos XVII y XVIII, entre los que destaca el retablo mayor y especialmente la magnífica imagen del Cristo del Perdón, talla anónima de gran devoción en el Valle del Jerte.
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